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viernes 26 de abril de 2024

“Hay algo de mártir en Reutemann en su negativa a ser presidente”

sábado 10 de julio de 2021
“Hay algo de mártir en Reutemann en su negativa a ser presidente”
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Carlos Reutemann falleció este miércoles a los 79 años de edad. Eximio conductor en la categoría más importante del planeta, la Fórmula 1, tuvo un sorprendente salto al mundo de la política, de la mano de Carlos Menem. A partir de ahi, inició otra carrera, tan exitosa como la anterior, e incluso con situaciones similares, que quizás le impidieron alcanzar una consagración definitiva.

En un país donde ser segundo es una calamidad, Reutemann fue un símbolo del deporte y de la política, y el periodista santafesino Lucas Paulinovich lo retrató de una manera muy precisa en Revista Panamá, bajo el provocador título "El peronista que le gustaba a la gente", por lo que conversamos con él para ahondar la mirada en uno de los personajes más insondables de la Argentina contemporánea.

En la semblanza que hacés de Carlos Reutemann, resaltás su carácter hosco y taciturno como parte fundamental de su personalidad. ¿No pareciera ir a contracorriente de la esencia social de un político? ¿Qué creés que vio en la política para dedicarse de lleno a ella, para terminar hasta el último de sus días en ese (quizás, incómodo) ámbito?

Reutemann era un político bastante fuera de lo usual. En principio, no venía de la militancia. En los 80, el peronismo se nutría de una camada de dirigentes que habían curtido desde la Resistencia hasta la dictadura. Y mientras éstos enfrentaban, escapaban o negociaban con la dictadura, Reutemann cenaba con Agnelli en Italia y peleaba por un Gran Prix. Llega a la política en el contexto de una gran convulsión interna del peronismo, que en Santa Fe había ganado en el 83 y en el 87, y, en medio de la euforia alfonsinista, se mantuvo como una Provincia con cierto juego propio. Para el 89, el peronismo era un caos. El vicegobernador enjuiciado y renunciado. El intendente de Santa Fe, el exvicegobernador, también. Primero con la renovación y después con el triunfo de Menem, el gobierno nacional decide bajar a buscar un candidato que permitiera asumir esa nueva etapa desde Santa Fe. La vieja guardia santafesina, al querer adecuarse a los nuevos tiempos, se había jugado más por Cafiero. Eso hacía que desde el menemismo pensaran en la necesidad de un candidato por afuera.



Reutemann había dejado la Fórmula 1 y se había vuelto al campo, a ser un productor agropecuario. Pero su fama y su carisma venían por lo magnánimo de su gesta: en Santa Fe, el automovilismo es tan popular como el fútbol. Reutemann había jugado en el Real Madrid y les disputaba el Balón de Oro a los grandes jugadores del momento. Cuando el menemismo, a través de Duhalde, realiza la Operación Empresario Exitoso para buscar un candidato joven y extrapartidario, las opciones eran Menotti; Enrique Capózzolo, exesposo de Graciela Alfano; y el Lole. De los tres, Reutemann era el que le llegaba a la gente desde una fibra única. No necesitaba decir demasiado, le bastaba con hacer presencia: era un ídolo popular, un playboy y un gringo preocupado por la campaña. Traía esa heroicidad con él, y la gente inevitablemente se lo reconoció.

¿Qué antecedentes registraba Reutemann para que Carlos Menem lo eligiera para sumarlo a la política santafesina? ¿Cómo había surgido la relación con el ex presidente?

El Lole no tenía antecedentes políticos. Se había fascinado un poco con Harold Wilson en Inglaterra, con François Mitterrand en Francia, y, más tarde, lo seduce Ronald Reagan desde Estados Unidos. En esa línea, que podría parecer incoherente, me parece que hay cierto perfil identificable de una manera de pensar que es muy propia de la pampa santafesina.

La relación con Menem comienza a partir del viaje que Duhalde hace a la Provincia y una reunión con el periodista Evaristo Monti, donde lanzan el primer globo sobre su candidatura. Alberto Kohan, que había nacido en Santa Fe, le presenta la opción. Y Menem enseguida lo convoca y encuentra en el Lole la materia prima de un dirigente que le permitiría pisar en Santa Fe y consolidar la etapa que se abría. Estamos hablando de que Reutemann se mete en política y se vuelve gobernador en 1991, un año clave para el mundo y para la Argentina.

¿Existe hoy el "reutemanismo", como rama del peronismo santafesino?

Me parece difícil pensar un reutemanismo por fuera de la figura de Reutemann. Sí, efectivamente, queda una marca en cuanto a la tradición, porque fue gobernador dos veces y su protagonismo ocupó 20 años. Creo que un primer síntoma de su finalización fueron las primarias del 2011 a gobernador, cuando Juan Carlos Mercier, que era el hombre fuerte en el gabinete, el ministro que no emitió cuasimonedas y principal espada discursiva, no saca ni 12 mil votos. Reutemann se acomoda en un rincón de Cambiemos y deja que un sector del peronismo arme con el PRO, pero fueron experiencias fallidas.



Hoy uno podría decir que el reutemanismo está presente en ciertos dirigentes que pasaron por su gestión, pero éstos tienen poco que ver con una determina visión política o con una línea de gestión específica. Están insertos en un esquema de gobierno con vértice en Omar Perotti, un dirigente que hereda esa política gringa que Reutemann consagró, pero que tiene una mirada diferente sobre la realidad santafesina, con una intención de proyecto provincial, algo que Reutemann nunca procuró. Más bien lo contrario, el reutemanismo podría definirse por esa incapacidad de pensarse como proyecto provincial con perspectiva nacional. En ese punto se parece más al kirchnerismo que al perottismo.

¿Cómo fue la relación de Reutemann con el kirchnerismo y con el macrismo?

Con el kirchnerismo tuvo una relación de conveniencia, trabajando meticulosamente desde el silencio. Primero, acompañó las iniciativas que fueron construyendo esa novedad que irrumpió con Néstor y mantuvo su influencia en el partido a nivel provincial. Esa relación tiene un punto de quiebre fundamental: el 2008. Con el conflicto por la Resolución 125, ese panorama se rompe. El peronismo provincial empieza a organizarse en torno al rechazo de la figura de Reutemann. Para el kirchnerismo fue, de algún modo, el equivalente del contraste que el menemismo ejerció a nivel nacional. El peronismo debía ser algo en oposición a lo que había sido Reutemann. Tenía cierta carga de hecho maldito o de época infame, una definición que se afirmó aún más a partir de su ingreso en la alianza Cambiemos.



Al macrismo le aportó una determinada cantidad de dirigentes que venían de su riñón y el respeto ganado en el interior de la Provincia. Su último tiempo fue una especie de jubilación. Los que se movían eran los que estaban a su alrededor y el Lole ocupaba el rol de figura simbólica, una suerte de líder referencial sin demasiada determinación. Incluso, esa versión del peronismo federal que nunca encontró una vía intermedia, quedó disminuida ante la presencia radical en Cambiemos. El macrismo prefirió a los que le daban mayor estructura. Pero Del Sel no era Reutemann. Y tampoco así les alcanzó. Les falló esa estrategia santafesina diagramada desde la Ciudad de Buenos Aires.

¿Por qué creés que nunca terminó de pegar el salto definitivo hacia el macrismo?

Tiene que ver con la imposibilidad del macrismo como fenómeno porteño que no tiene representación propia. Si uno mira lo que es el macrismo santafesino, se trata de un grupo de dirigentes “nuevos” con origen rosarino que se montan sobre la alianza con un sector del radicalismo y el peronismo. Pero es muy baja su llegada al resto de las ciudades de la Provincia, porque la realidad rosarina tiene poco que ver con el resto de la Provincia. Es algo que también le pasa al kirchnerismo. Tienen algún anclaje en Rosario, en el resto de la Provincia son más bien minoritarios. Son expresiones muy urbanas, de puerto. Reutemann era exactamente lo otro.



Y lo que ocurrió es que, en esa primera alianza que el macrismo realizó en Santa Fe, el reutemanismo aportó la pata peronista. Pero como macrismo en sí mismo nunca terminó de funcionar. Algo de eso está detrás del derrumbe de Vicentin con el respaldo que los Nardelli le dieron a Macri. Hay un intento de creer que se puede replicar un determinado tipo de cultura política sin considerar que los actores y la realidad provincial es bastante diferente a la de la Ciudad de Buenos Aires. Reutemann nunca terminó de ingresar al macrismo, porque el macrismo es un acontecimiento marginal, de la Rosario porteña, sin una gran inserción en el territorio.

¿Qué hechos, positivos y negativos, dirías que son los hitos de la carrera política de Reutemann, como gobernador y senador?

Me parece que Reutemann está marcado por dos hechos, en torno a los cuales se explican, no solo dos periodos, sino también, dos momentos de su figura: la estabilidad y la inundación. El Lole es el dirigente que vino a sanear un revuelo provincial de judicializaciones y persecuciones, agravadas por el contexto de la decadencia de la ilusión alfonsinista. Llega en medio de saqueos, hiperinflación y levantamientos, con una crisis que asomaba en las ciudades de la provincia con un rostro desconocido: el de los bolsones de población empobrecidas en las periferias. Los malones de fin de siglo que coparon amenazantes el centro de las ciudades. Un sujeto social de la democracia, que expresó la fractura social. Son los mismos que reaparecen 10 años después, con mayor deterioro y con otro gobierno radical. La gente del interior que veía esas imágenes por la tele y sufría con una inestabilidad económica que ponía en permanente riesgo esa tan preciada tranquilidad del “por lo menos, acá se vive bien”. En ese sentido, fue un efecto del menemismo a escala provincial.



Eso se prolongó durante toda la década y no tuvo un efecto sobre la imagen de Reutemann más que para un núcleo del progresismo. En 1999, Reutemann podía ser presidente. Aparentemente los números le daban, y no quiso. En 2003, pasado el estallido, con las inundaciones y los muertos, era el candidato que más medía. Ahí fue que “vio algo” y se bajó. Después siguió ganado elecciones: en 2009 le gana a los dos aparatos, provincial y nacional. Hay facturas que un sector del progresismo le cobra, que evidentemente no se las cobró la sociedad. Si el análisis político se transforma en un repaso del prontuario criminal, deja de ser análisis. Creo que a Reutemann hay que pensarlo en esa duplicidad, porque es desde ahí que nos puede hablar de una Provincia que por momentos se desconoce a sí misma, que se piensa mucho desde Buenos Aires.

Hay un hecho muy comentado en su carrera automovilística, que podría tener un significado distinto mirado hoy, en clave política, como fue la vez que se negó a obedecer la indicación de su equipo para que deje pasar a su compañero Alan Jones. ¿Lo considerás así, o es una sobreinterpretación?

Hay varias anécdotas de su carrera deportiva que lo pintan como un personaje difícil. Con Niki Lauda, cuando estaban en Ferrari, se llevaron pésimo. Hay declaraciones de Lauda sobre Reutemann que son fatales. También el propio Enzo Ferrari lo consideraba un genio, pero muy complicado de tratar. Pero, así como están esas historias, también hay otras en las que el trazo del personaje es diferente. Sin embargo, me parece que su carrera influyó en su modo ser político. Un tipo que se mete en una cabina en la que entra él solo y agarra curvas a 300 kilómetros por hora, tiene un temperamento especial. Y eso se tradujo a términos políticos, sin dudas.



Los fierros y el campo confluyen en la personalidad de Reutemann y se condensa ahí esa vocación por el silencio y la mesura que lo caracterizó, por la cual recibió reproches de todos los colores, pero fue su manera de atravesar una Argentina en plena polarización política sin ser alguien con pasiones políticas. Como si en la velocidad de la Argentina politizada del post2001, usara su habilidad al volante, no para buscar ganar la carrera, sino para llegar a terminarla, no ser descalificado. Sus ambiciones grandes, y creo que él lo sabía, se habían terminado cuando renunció a la candidatura presidencial. Ese fue su “quedarse sin nafta” político.

Si hubiera saltado al vacío, aceptando la proposición de Eduardo Duhalde de ser candidato del PJ en el 2003, y hubiera vencido, ¿cómo imaginás que hubiera sido su presidencia?

Es complejo imaginar supuestos que no sucedieron. Lo contrafáctico no suele estar emparentado a la precisión. Sin lugar a dudas, la historia hubiera sido distinta. Para Reutemann, para Santa Fe y para la Argentina. No sé si mejor o peor, pero claramente distinta. Aunque me parece que la justicia poética estuvo en que no haya aceptado. Porque Reutemann nunca podría haber aceptado esa candidatura. Eso, me parece, es lo que define a esa historia. Reutemann fue ese tipo que llegó a ser gobernador, que pudo ser presidente, y no quiso. No era para él. Como si, en el fondo, el tipo supiera que la política nunca había sido lo suyo.

Al negarse a ser candidato, con altas probabilidades de ganar, ha sido leído de manera negativa, en su gran mayoría. ¿No podría pensarse al revés, como algo positivo, como una toma de consciencia de la imposibilidad de conducir los destinos de un país sin creer que podría estar a la altura?

Creo que efectivamente hay algo de mártir en esa actitud. Una resignación histórica, un bajarse del tren de la gloria. El tipo rechazó ser quien se pusiera al frente de un país en llamas, con altas probabilidad de resultar exitoso. No digo que podía haber hecho lo que luego hizo Néstor, porque claramente son personajes distintos. Pero no era mucho lo que había que hacer para ser mejor que todo lo anterior. Pero el “vi algo” creo que se puede leer también como un “no me vi”.



Reutemann nunca se vio como un líder de Estado, como un jefe político de una Nación. Era, irreparablemente, un gringo de campo. Un tipo que se subió a un auto y era un genio. Llegó a lo máximo del mundo, y se volvió al campo. Después lo vinieron a buscar y llegó al poder en su provincia. Y, otra vez, se volvió, en este caso, a una senaduría. Se conservó en el silencio. No habló más. Y no como si llevara un secreto consigo, no parecía haber una cuestión de reserva de sentido, del que sabe, pero debe callar, o del que ha llegado a prescindir de las palabras por alcanzar un saber más allá. Se calló porque no sabía qué decir, no tenía nada más que decir. Es, probablemente, el dirigente más importante de la democracia en Santa Fe, y hay mucha gente que no le conoce la voz. Eso me parece lo más característico. Lo más terrible y contundentemente santafesino, esa provincia que no conoce su propia voz.

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