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Alberto, Cristina y la puesta en escena de un equilibrio que no existe

martes 01 de marzo de 2022
Alberto, Cristina y la puesta en escena de un equilibrio que no existe
alberto f
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Una jornada de apertura de sesiones en la que las miradas se posaron más en los gestos que en las palabras con un presidente que en todo momento buscó contentar a su vice.

[caption id="attachment_299317" align="alignleft" width="351"]Por Adrián Freijo Por Adrián Freijo[/caption]

Una recepción fríamente cordial en la que Cristina Fernández de Kirchner, cultora de los gestos y señales, se mostró distante del presidente Alberto Fernández, si tomamos como parámetro anteriores circunstancias similares en las que, aún en algún caso forzadamente, intercambiaron palabras y sonrisas.

La jornada, marcada por una movilización ciertamente moderada que acompañó al mandatario a lo largo de su traslado hacia el Congreso, se inició bajo la atenta mirada de los analistas que deseaban saber como sería el encuentro tras un largo tiempo sin contacto alguno. Y en un escenario en el que la crisis mundial, la pandemia y el acuerdo con el FMI los ha alejado más que unido.

Alberto eligió comenzar su discurso alineándose con el discurso de su vice en el ataque al capitalismo, al que culpó por la actual crisis mundial en una especie de introito que sonó a un mensaje de paz para neutralizar cualquier actitud de la ex presidente.

Insistiendo en esa línea prefirió  encarar la situación global desde la generalidad de la paz y tratando de centrar su mensaje en las oportunidad que ello puede traer al país si se logran «acuerdos en pilares básicos». Y fue clara la intención de recordar los dramas argentinos -golpes, guerras. desaparecidos, crisis económicas- para marcar una línea divisoria entre el pasado y el presente.

Y ese punto de inflexión, en otra señal de alineamiento con el discurso de Cristina, la ubicó en el eje de la pandemia y en la abultada deuda que, según su mirada, heredó como condicionamiento de su gestión de gobierno. Para Alberto, la nueva historia y su tiempo comenzó en ese momento.

Tras un nuevo ataque a «los medios de comunicación hegemónicos» a quienes acusó de critica su estrategia par enfrentar la pandemia -olvidando seguramente el cúmulo de errores de cálculo del su gobierno, sumados al escándalo del vacunatorio VIP y el fallido negocio de compra de vacunas que demoró meses el ritmo de inoculación que el mundo ya había tomado- el presidente encaró el tema de la inflación poniendo en cabeza de los empresarios toda la responsabilidad del fracaso de ese perfil de la gestión económica.

En este punto llamó la atención que Alberto pusiese como ejemplo de la construcción común «la recuperación económica que hemos conseguido», justo en el momento en que las dificultades se multiplican y la inflación se dispara. La mirada sobre el tema, sobre la que construyó la continuidad del discurso, no pareció tener mucho contacto con la realidad…

Tras un detalle acerca del operativo vacunatorio y las unidades recibidas, lo que definió como la mayor campaña sanitaria de la historia argentina, se detuvo nuevamente en el alineamiento exigido por su compañero de fórmula al colocar al país en el podio de los que más han vacunado y criticando a EEUU, Gran Bretaña y Alemania. Los gestos y equilibrios seguían al orden del día…

La aparición de los datos económicos -hablando de un crecimiento del 10,3% en el año, un dato que contradice los cálculos de las consultoras privadas que insisten en que no superará un 7,5% partiendo de un pozo recesivo el año anterior- seguramente marcará uno de los puntos de mayor controversia del discurso presidencial: ni la sociedad, ni las pymes, ni la generación de empleo parecen acompañar en lo perceptible la afirmación del jefe de estado.

Párrafo aparte para la actividad agropecuaria: Alberto se detuvo en los récords de producción y en la baja de las retenciones en las economías regionales, pero nada dijo de la insostenible presión fiscal sobre las producciones básicas y el desmán conceptual que significa que el estado se quede con el 70% de los ingresos del sector. Y por supuesto…ningún gesto o palabra que indique que ello puede cambiar en el futuro inmediato.

En una mirada exculpatoria de los errores de doce años de administración kirchnerista -y nuevamente buscando la anuencia de Cristina- culpó a tres épocas concretas del drama económico y social de la Argentina: la dictadura militar, el menemismo, al que se refirió como autor de «las políticas que nos llevaron a la crisis de 2001» y el macrismo. De la responsabilidad del peronismo en el acompañamiento al gobierno que ocupó los años 90, incluidos los por entonces todopoderosos gobernantes de Santa Cruz, muchos de los que en el recinto se encontraban aplaudiendo el discurso y por supuesto él mismo, nada se dijo. Un agujero en la historia en el que nadie quiere entrar…

Tras enumerar lo que considera logros de su gobierno, recordó que en cuatro décadas de democracia es la primera vez que se rechaza un Presupuesto en el parlamento y recordó que ello nunca había ocurrido por culpa del peronismo y convocó a la oposición a revisar la actitud.

Subiendo ya el tono de su discurso la emprendió contra la decisión de Macri de endeudar al país sin la autorización del Congreso. Señaló que el dinero recibido fue utilizado para pagar deuda externa y financiar fuga de capitales. Ya Alberto había ingresado en el terreno más esperado por todos y hablaba especialmente para Cristina, La Cámpora y todos los sectores internos que se oponen al acuerdo con el FMI.

Defendiendo su estrategia de negociación recordó que al asumir se comprometió a buscar una salida equitativa y que ya entonces expresó su voluntad de pagar. Y puso como ejemplo la reestructuración de la deuda privada en 2020 antes de anunciar que llegó ahora a un acuerdo con el Fondo que «abre un camino para solucionar el problema».

«Es el mejor acuerdo que Argentina puede conseguir» anunció. «Teníamos una espada de Damocles sobre la cabeza y ahora tenemos un sendero. Repito, es el mejor acuerdo que se podía lograr. Gobernamos con lo mejor que podemos hacer y no incrementaremos en un dólar la deuda actual». agregó.

«Se iniciaran los pagos en el año 2026 y terminarán de pagarse en el año 2024, sin políticas de ajuste y con incremento del gasto real en todos los años del programa» anunció, sin aclarar los puntos del programa acordado.

Aseguró que «no habrá reforma previsional ni cambio de sistema jubilatorio» afirmó para dar por tierra con versiones acerca de supuestas exigencias del FMI. Aunque aceptó que no podrá evitarse un ordenamiento de las cuentas públicas como condición de la refinanciación y, en lo que fue uno de los mensajes más directos a las exigencias de Cristina, coronó sosteniendo que «en Argentina se acabaron los tarifazos», para anunciar que los ajustes «se mantendrán por debajo del incremento de los salarios».

«No habrá una reforma laboral» anunció a continuación para entusiasmo y regocijo de los dirigentes gremiales que, con Pablo Moyano y Daher a la cabeza, aplaudían aliviados y entusiasmados. Crecía en el recinto la sensación de que, como nunca antes en la historia parlamentaria, el presidente hablaba para los equilibrios internos y no para el conjunto de la sociedad.

Tras anunciar que «esta semana» enviaría el acuerdo al Congreso -lo que confirma las dificultades de último momento que Martín Guzmán está teniendo para cerrarlo, algo que el presidente aceptó sin detenerse demasiado en los motivos- volvió a atacar al gobierno de Mauricio Macri y conminó al Poder Judicial a asumir la responsabilidad de avanzar en la querella criminal presentada el año pasado para marcar responsabilidades en un endeudamiento al que definió como «un desatino».

En ese momento se desató un pequeño escándalo que terminó con el retiro de muchos legisladores de la oposición del recinto y el enojo de los pocos que se quedaron en las bancas, todas ornamentadas con los colores de la bandera de Ucrania.

Ya todo convertido en un acto partidario, Fernández anunció la confirmación del SWAP con China y, en medio de la ostensible grieta, invitó a «la unidad de los argentinos» para enfrentar lo que viene.

La Asamblea se había desvirtuado, los ánimos estaban caldeados, el oficialismo había quedado aislado entre los aplausos propios y sus larvados mensajes de unidad y lo que debía ser una actividad institucional había perdido toda razón de ser.

A partir de ahí fue un enunciado constante de «vamos a» que de alguna forma fue utilizado para bajar el tono del discurso, serenar los ánimos y plantear un plan de gobierno más allá de las urgencias que hoy signan todo su accionar. La mayoría de los anuncios, como siempre ocurre, seguramente no serán logrados y volverán a estar en el discurso del año próximo; pero se notó el esfuerzo presidencial por mostrar que a pesar de las peleas hay una gestión en marcha. Y ello es, en esencia, el destino institucional de esta añeja costumbre del mensaje de los mandatarios al Congreso.

Por primera vez Alberto Fernández reconoció a la inseguridad como uno de los dramas del país. Pero solo lo hizo para emprenderla contra el Poder Judicial a quien responsabilizó de apoyar a los sectores concentrados de la economía y cajonear fallos que atacan sus intereses, lo que definió como «complicidad judicial» con esos poderes.

Ese reduccionismo -nada dijo del fracaso de su gobierno en organizar un Ministerio de Seguridad que sea capaz de implementar políticas reales de lucha contra el narcotráfico y el delito- lo llevó a insistir en la reforma judicial que una y otra vez el parlamento argentino ha rechazado, demostrando que también en esto sigue a pie juntillas la estrategia de su vice que necesita con urgencia anular las múltiples causas por corrupción que hoy la jaquean más que nunca.

Claro que solo lo escuchaban los propios que, como no podía ser de otra manera, aplaudían cada una de sus afirmaciones en contra de la justicia. Y entre ellos había muchos que se verían beneficiados por la colonización de quienes la administran.

Pero Alberto había dejado música en los oídos de Cristina, reafirmado el rumbo de la política internacional que su vice exige -no hubo una sola alusión a la palabra invasión cuando se habló de la crisis mundial- se tomó el compromiso de aplicar el ajuste de tarifas que la vice exige y que hoy traban el acuerdo final, se cedió a la exigencia de la CGT de no tocar las vetustas leyes laborales que datan de 1975 y que han consagrado la informalidad y el trabajo precario en un país que con ellas no tiene chance de crear empleo genuino y la paz interna parecía, al menos por ahora, asegurada.

Aunque más allá de las puertas del armado escenario y del tibio entusiasmo de los movilizados de siempre, la sociedad perciba con hastío que en la política argentina cada cual atiende su juego, las cosas se cocinan y consumen en la mesa de unos pocos y la decadencia del país no se detendrá por el camino de estos equilibrios forzados en los que se debaten cuotas de poder y no planes de desarrollo económico, social y educativo.

Porque al salir a la explanada para dirigirse a Olivos, el mandatario sabía que nada había cambiado y que solo una tregua fugaz lo separa de los fragores que seguramente aparecerán apenas se conozca la letra chica del acuerdo con el FMI o cualquier otra medida de gobierno que no le guste al núcleo duro del kirchnerismo.

Porque una cosa son las chicanas, otra las medias palabras…y otra muy distinta la realidad de un gobierno que tiene que acomodar hasta su discurso a los gustos de una sola persona.

Aunque la sangre, esta vez, no haya llegado al río.

Publicado en LibreExpresion.net

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